Paris era la ciudad medieval insalubre que todos hemos visto recreada en “los Miserables” cuando Napoleón III encargó al Barón Haussmann que la modernizara y la transformara en la ciudad que conocemos hoy, mejorando las condicionas de vida de la población y conteniendo la expansión del cólera, la tuberculosis y otras enfermedades muchos años antes de que aparecieran las primeras vacunas y fármacos eficaces.
La preocupación por la salubridad del entorno ha sido una constante en los grandes movimientos de Arquitectura y Urbanismo recientes. La eficacia de la arquitectura como instrumento para favorecer la salud de la población se demostró también con el nacimiento del Movimiento Moderno en los años 20, que con sus exigencias de soleamiento y ventilación contribuyó a mejorar la salud de la población.
En las ciudades actuales destacan sobre todo tres aspectos que inciden en nuestra salud: el ruido, la calidad del aire y el consumo de tiempo en desplazamientos que deriva en estrés.
Sabemos que los habitantes de distintos barrios de la misma ciudad tienen unas diferencias de esperanza de vida de hasta 10 años. Hemos comprobado en la presente crisis global que los espacios cerrados desempeñan un importante papel en la propagación de enfermedades y en la continuidad operativa de muchas empresas. En suma, los espacios que ocupamos son la clave de muchos desafíos que tenemos como sociedad.
En este sentido, la pandemia ha tenido un efecto contundente: surge la necesidad de firmar un nuevo acuerdo social que priorice la salud de los ciudadanos a través de los edificios y ciudades.
Lograrlo nos exige trabajar con una mirada más amplia en las ciudades del futuro: para que sean realmente inteligentes (Smart), tienen que ser necesariamente saludables (Healthy). Y lo cierto es que a través de la ciencia, la tecnología y la arquitectura, es posible ofrecer a nuestras sociedades una esperanza y calidad de vida mucho mayor.
En Europa, la transformación comenzó con las peatonalizaciones de los centros históricos, que dieron lugar a supermanzanas, donde el individuo recuperó el protagonismo respecto a los vehículos, se redujo en gran medida la contaminación del aire y el ruido, los ciudadanos volvieron a ocupar las calles a pie y el comercio local incrementó sus ventas.
El éxito de este modelo llevo al policentrismo, en el que se promueven la creación de microcentros en los que se recupera la vida del barrio, en detrimento del centro único de la ciudad. Esto implica facilitar la vida cotidiana del ciudadano a una distancia que se pueda recorrer a pie o en bicicleta y que pueda atender así a sus necesidades diarias.
Con ello se reducen los tiempos de desplazamientos en vehículos particulares, que suponen un gran consumo de energía, producen contaminación acústica y atmosférica, además de ser depredadora de tiempo y generadora de sedentarismo.
Las previsiones, a falta de introducir las correcciones por la presente pandemia, indican que, en 30 años, entre el 80-90% de la población mundial vivirá en ciudades. Las propuestas urbanas, además de responder a los retos de abastecimientos y suministros, gestión de residuos, de tráfico y construcción, deben tener como prioridad facilitar a sus ciudadanos la mayor calidad y esperanza de vida posible.
Nunca antes como ahora había estado la salud en la agenda pública y esto ha abierto la posibilidad de plantear un nuevo modelo urbano más allá de la eficiencia y la automatización de sus dinámicas: se tratará de algo más poderoso, un cambio de paradigma de calidad en las ciudades: que sean sostenibles, inteligentes y eficientes energéticamente y que gestionen óptimamente sus residuos no es suficiente. Ahora deben tener la prioridad de preservar la salud de sus habitantes y prevenir enfermedades. Esa es la propuesta de la Healthy Smart City, un lugar propicio para la innovación urbana.
Por eso aboga por unas áreas locales atractivas, accesibles, seguras, inclusivas y saludables, promueve la naturación de los espacios públicos, prioriza la calidad del aire y del agua, la ausencia de ruidos y se apoya en la colaboración ciudadana y en la tecnología. Propone un marco regulatorio que limite la radiación electromagnética admisible y que incentive que los edificios sean ventilados, soleados, accesibles, bien aislados, bien iluminados y construidos con materiales libres de tóxicos. Todo ello para que la población pueda desarrollar una vida saludable tanto física como emocionalmente.
Tenemos la responsabilidad colectiva de trazar una agenda común y unos acuerdos que nos permitan garantizar unos nuevos mínimos de salubridad de los edificios y ciudades, que además de detener el avance de la pandemia, nos preparen para el futuro.
Por eso, es fundamental que surjan iniciativas como el Observatorio de Arquitectura Saludable, recientemente creado para proveer información científica y académica a la comunidad; divulgar conocimiento sobre arquitectura y salud, y en recomendar acciones relevantes para las autoridades e Instituciones.
En su Manifiesto, el Observatorio hace una afirmación que condensa el propósito de un urbanismo life centric: “La vida es un privilegio y preservarla es un desafío”. Ahora más que nunca, merece la pena recordarlo.