Participo en este reportaje publicado en la revista AD sobre el impacto que tienen los espacios construidos en nuestra salud física y mental.
Como explico, que cuando entramos en un espacio construido o urbano, «recibimos estímulos que impactan y modifican nuestro sistema nervioso, emociones, conducta y rendimiento intelectual. Esos estímulos que percibimos, sumados a otros muchos como la calidad del aire, los colores o los materiales naturales, rebajan los niveles de cortisol, la hormona asociada al estrés, y elevan la oxitocina y la serotonina, dos de las hormonas de la felicidad”.
De hecho, cuando se produce el efecto contrario, es decir, cuando no nos sentimos a gusto en un espacio o percibimos que este no está adaptado a nuestras necesidades –como sucede en el caso de las personas mayores o con discapacidad–, el resultado es un aumento de la ansiedad y la frustración.
Como señalo, “los niveles habituales de la contaminación del tráfico pueden afectar a la función cognitiva del cerebro humano en cuestión de horas. Hay que recuperar la sabiduría popular y el sentido común. Volver a pensar en la salud y el bienestar de las personas”.