Archivo de la categoría: Arquitectura Saludable

Comparto este artículo escrito para Aretha Explora, plataforma de Aretha, como presidenta del Observatorio de Arquitectura Saludable (OAS). En él explico cómo la neuroarquitectura y la arquitectura saludable aplicada a los espacios de trabajo impactan en la salud y bienestar de las personas y en los buenos resultados de las empresas.

Frecuentemente visualizamos los espacios de trabajo como lugares “inteligentes”, donde se emplea la tecnología más avanzada y se reducen costes de funcionamiento e impacto medioambiental. Sin embargo, nos falta incorporar un concepto fundamental: saludable. Porque no podemos calificar de inteligentes o avanzados a los espacios que no cuidan de las personas.


Los espacios de trabajo, en los que pasamos buena parte de nuestras vidas, deben responder a las necesidades de quienes los ocupan, siendo flexibles (para permitir distintas formas de trabajar), atractivos (para seducir y fidelizar al talento emergente), colaborativos (favoreciendo la comunicación y conexión de los equipos) y únicos, ofreciendo la mejor experiencia de usuario.


Gracias a la arquitectura saludable y la neuroarquitectura conseguirlo, sin un incremento de costes significativo, es posible. La clave es incorporar los criterios en los que nos basamos, para diseñar y construir los espacios desde estos preceptos. El objetivo es conseguir un workplace saludable e innovador, un espacio anti estrés que potencie la creatividad y el compromiso con la empresa.

Resulta fácil comprender que al favorecer los ambientes amables con las personas (a nivel físico, mental y social) estamos potenciando el buen funcionamiento y la productividad de las organizaciones. Aunque aún queda mucho camino que recorrer, afortunadamente las empresas son cada vez más conscientes de la necesidad de proteger y potenciar su capital humano para ser más competitivas.


Este convencimiento está basado en numerosos estudios que certifican el impacto que la arquitectura saludable y la neuroarquitectura tienen en las personas, y que difundimos y explicamos desde el Observatorio de Arquitectura Saludable (OAS). Nuestro objetivo es democratizar estos principios, que contribuyen al bienestar, calidad y esperanza de vida de los ciudadanos, sin descuidar ni la protección del medio ambiente ni la cuenta de resultados empresariales.


¿Cómo es posible aunar todo esto? Algunos de los principales factores son estos: calidad del aire (una buena calidad del aire además de proteger nuestra salud puede incrementar la productividad entre un 8% y un 11%); confort higrotérmico y acústico (trabajar en espacios ruidosos puede reducir la eficiencia hasta en un 60%); luz (la calidad, color, intensidad y dirección de la luz condiciona nuestro confort visual, es fundamental para descansar y evitar problemas físicos y mentales que mermen nuestro rendimiento) y biofilia (la naturación de los espacios beneficia a nuestra salud y estado de ánimo y puede aumentar el rendimiento hasta un 15%).

Hay muchos otros factores importantes (materiales, ergonomía, colores, orientación…) que tenemos en cuenta a la hora de diseñar los espacios. La neuroarquitectura analiza científicamente, con datos medibles, cómo los entornos pueden modificar nuestras emociones y procesos cognitivos. Con esos datos podemos diseñar espacios que nos hagan sentir relajados, alegres y cómodos.

Leer artículo completo

Recientemente leía un artículo que aseguraba que un edificio inteligente es aquel que emplea la tecnología más avanzada y reduce los costes de funcionamiento. Indudablemente esos aspectos son fundamentales, pero habría que añadir que no hay edificio inteligente si no es saludable.

La pandemia nos ha obligado a repensar los espacios de trabajo, para que además de innovadores, tecnológicamente avanzados y eficientes, sean seguros y saludables.

Ahora, esos espacios deben responder a las necesidades de las personas, con un nuevo modelo, flexible, que permita distintas formas de trabajar; que atraiga y retenga el talento y que ofrezca mejores experiencias a los usuarios. Todo ello sin incrementar costes.

En este contexto, se abren paso nuevos conceptos como el “agile workplace”, un espacio de trabajo ágil, como su nombre indica, en el que un equipo de personas, con libertad y autonomía, construyen colectivamente en un entorno que favorece la comunicación y la relación entre compañeros. Y, además, reduce el estrés, mejora el ambiente laboral y el compromiso con la empresa.

Todos podemos comprender que este ambiente amable favorece la creatividad y la productividad de los equipos. Las empresas son más conscientes que nunca de que para ser competitivas deben proteger y potenciar su principal activo, el capital humano. Y aquí es donde entran en juego la Arquitectura Saludable y la neuroarquitectura, porque los espacios construidos, como certifican prestigiosos estudios realizados al respecto, impactan en el bienestar físico y mental de las personas y en su productividad.

Como decía, no hay entorno inteligente, si no es saludable. Y eso lo medimos con parámetros que nos permiten detectar qué beneficia y qué perjudica a las personas y cómo, por lo tanto, podemos reducir los costes por absentismolaboral.

¿Qué factores medimos para saber si un espacio de trabajo es saludable? Los fundamentales son la calidad del aire; el confort acústico e higrotérmico y la iluminación.

Sobre la calidad del aire se ha escrito mucho en los últimos años por razones obvias. Lo cierto es que estudios anteriores a la pandemia ya alertaban sobre la importancia de ventilar y filtrar el aire que respiramos, para eliminar las partículas nocivas y para potenciar la capacidad intelectual de las personas.

Los espacios mal ventilados nos provocan dolor de cabeza, fatiga, congestión nasal, mareos, náuseas…Este conjunto de síntomas derivados de la exposición prolongada a espacios mal ventilados, ya se definió en 1984 por la Organización Mundial de la Salud, como el síndrome del edificio enfermo (SBS). Yo prefiero llamar a ese tipo de edificios enfermantes para que se entienda que es el edificio el que provoca problemas de salud a las personas.

Estudios realizados por el “International Well Building Institute” demuestran que una mejor calidad del aire incrementa la productividad entre un 8% y un 11%.

También alertan sobre otros factores como el ruido que puede reducir la eficiencia en el trabajo hasta un 60%.  Para evitar el ruido, es tan importante el aislamiento como el acondicionamiento acústico de los espacios. El ruido afecta a nuestro bienestar físico y mental, reduciendo nuestra concentración e influye negativamente en la calidad de nuestro trabajo. También altera los sistemas cardiovascular y endocrino.

Otros de los factores clave son temperatura y humedad. Todos sabemos que los valores para alcanzar el confort higrotérmico varían entre los diferentes individuos, pero debemos automatizar el ajuste a las preferencias de los usuarios, ya que, si trabajamos en condiciones térmicas desfavorables y con niveles de humedad inadecuados, podemos sufrir dolores de cabeza, cansancio, problemas de concentración, irritabilidad y hasta alteraciones cardiacas.

En la iluminación, lo ideal es aprovechar al máximo la luz natural durante el día, y complementarla con iluminación artificial con buena reproducción cromática y a ser posible adaptada a los ritmos circadianos, aquellos que regulan a lo largo del día procesos biológicos como el sueño. La calidad, intensidad y dirección de la luz condiciona nuestro confort visual y es fundamental para poder dormir bien y evitar dolores de cabeza. Una iluminación incorrecta reduce nuestro rendimiento.

Hay además otros factores importantes como la naturación. Introducir plantas vivas tiene un probado efecto positivo en nuestro estado de ánimo, nos inspiran y purifican el aire. Estudios de las Universidades de Cardiff y Exeter certifican que tener plantas o disfrutar de buenas vistas aumenta la productividad hasta un 15%.

Los espacios impactan en nuestra salud física y mental, y, la neuroarquitectura, analiza científicamente cómo los entornos modifican nuestras emociones y nuestros procesos cognitivos. Es una herramienta muy útil que traslada las sensaciones que nos provocan los espacios construidos a datos medibles.  Surgió a mediados del siglo pasado, a raíz de la experiencia del virólogo Jonas Salk, descubridor de la vacuna de la polio. Un viaje a Italia, y un entorno único, como la Basílica de San Francisco de Asís, le permitieron terminar con éxito sus investigaciones. Más tarde contactaría con el arquitecto Louis Kahn con el que construyó el Instituto Salk, referencia mundial en biología y neuroarquitectura.

Esta disciplina lleva décadas entre nosotros, y en la actualidad se complementa con la arquitectura saludable, el agile workplace, del que hablamos al principio, o el lean office, una filosofía de trabajo que tiene como objetivo optimizar las tareas administrativas, ahorrando costes e incrementando la productividad.

Estamos construyendo un nuevo paradigma sustentado en los pilares de la salud, el bienestar, la inclusión y la sostenibilidad, que es además de social, competitivo y rentable.

Publicado con anterioridad en la Revista IFMA edición nº 17

Una de las expresiones populares más conocidas en España es la de “dar gato por liebre”. De esta forma nos referimos a quien intenta engañarnos en la calidad de una cosa, dándonos algo parecido, pero peor.

El origen más probable de esta expresión, habría que buscarla en las prácticas de las que se acusaba antaño a los venteros, y que consistirían en dar carne de gato a quienes pedían liebre.

En mi familia, muy dados al uso de refranes y expresiones populares, dábamos la vuelta a la tortilla cuando queríamos hablar precisamente de lo contrario. Es decir, cuando se daba algo mejor de lo que se nos había pedido.

Como arquitecta, muchas veces doy “liebre por gato” a la hora de llevar a cabo los proyectos. Porque, aunque son ya muchas las personas que tienen noticias sobre arquitectura saludable, todavía hay quienes no conocen todos sus criterios, sus posibles aplicaciones y sus beneficios.

Así es que cuando alguien me encarga un proyecto para construir o reformar sus espacios de trabajo o sus hoteles, nos ponemos manos a la obra para ofrecer más. Se trata de aprovechar cada oportunidad para mejorar la calidad de vida de las personas.

Frente a las apuestas tradicionales, utilizamos materiales antibacterianos, pinturas que absorben C02 o moquetas que retienen las partículas de polvo más finas.

Además, optamos por los sistemas que mejoran la calidad del aire; materiales fonoabsorbentes; iluminación regulable y adaptada a los ritmos circadianos; equipos de purificación de agua; zonificación de temperatura con controles individualizados; extracción mecánica del radón, mobiliario activo y ergonómico o naturación de los espacios.

En un artículo es muy difícil, por no decir imposible, incluir todas las posibilidades que nos ofrece la arquitectura saludable, ayudada en los últimos años por la tecnología, pero también recuperando criterios y conocimientos acumulados a lo largo de la historia de la humanidad.

La situación actual, golpeados por la pandemia, preocupados por la sostenibilidad y el medio ambiente, nos obliga a reflexionar profundamente sobre nuestra forma de vida actual y nuestro modelo de futuro. Vivimos un cambio de paradigma global, con la arquitectura saludable como pieza clave en la construcción de nuestro futuro.

Los edificios en los que habitamos y trabajamos, los espacios cerrados en los que pasamos el 90% de nuestras vidas, deben ser seguros, protegernos de las enfermedades, convertirse en medicina preventiva.

Eso sucede cuando diseñamos espacios en los que garantizamos la calidad del aire, confort térmico, acústico y lumínico y mobiliario y ambientes ergonómicos. Nuestra salud y nuestra vida mejoran si no estamos expuestos a tóxicos de materiales de construcción y si estamos más descansados porque los espacios nos generan bienestar mental y nos liberan del estrés.

Según estudios de UC Berkeley, una mejor calidad del aire mejora la productividad entre un 8% y un 11%; tener vistas a un espacio natural incremente la concentración un 15% y el ruido o una temperatura inadecuada pueden reducir nuestra productividad hasta un 60%.

La arquitectura saludable no es un gasto. Es una inversión rentable porque por un desembolso moderado obtenemos grandes beneficios.

Dar libre por gato, nunca fue mejor negocio.

Publicado con anterioridad en LinkedIn el 16 de junio de 2021

https://www.linkedin.com/pulse/liebre-por-gato-con-la-arquitectura-saludable-rita-gasalla-

Paris era la ciudad medieval insalubre que todos hemos visto recreada en “los Miserables” cuando Napoleón III encargó al Barón Haussmann que la modernizara y la transformara en la ciudad que conocemos hoy, mejorando las condicionas de vida de la población y conteniendo la expansión del cólera, la tuberculosis y otras enfermedades muchos años antes de que aparecieran las primeras vacunas y fármacos eficaces.

La preocupación por la salubridad del entorno ha sido una constante en los grandes movimientos de Arquitectura y Urbanismo recientes. La eficacia de la arquitectura como instrumento para favorecer la salud de la población se demostró también con el nacimiento del Movimiento Moderno en los años 20, que con sus exigencias de soleamiento y ventilación contribuyó a mejorar la salud de la población.

En las ciudades actuales destacan sobre todo tres aspectos que inciden en nuestra salud: el ruido, la calidad del aire y el consumo de tiempo en desplazamientos que deriva en estrés. 

Sabemos que los habitantes de distintos barrios de la misma ciudad tienen unas diferencias de esperanza de vida de hasta 10 años. Hemos comprobado en la presente crisis global que los espacios cerrados desempeñan un importante papel en la propagación de enfermedades y en la continuidad operativa de muchas empresas. En suma, los espacios que ocupamos son la clave de muchos desafíos que tenemos como sociedad.

En este sentido, la pandemia ha tenido un efecto contundente: surge la necesidad de firmar un nuevo acuerdo social que priorice la salud de los ciudadanos a través de los edificios y ciudades. 

Lograrlo nos exige trabajar con una mirada más amplia en las ciudades del futuro: para que sean realmente inteligentes (Smart), tienen que ser necesariamente saludables (Healthy). Y lo cierto es que a través de la ciencia, la tecnología y la arquitectura, es posible ofrecer a nuestras sociedades una esperanza y calidad de vida mucho mayor.

En Europa, la transformación comenzó con las peatonalizaciones de los centros históricos, que dieron lugar a supermanzanas, donde el individuo recuperó el protagonismo respecto a los vehículos, se redujo en gran medida la contaminación del aire y el ruido, los ciudadanos volvieron a ocupar las calles a pie y el comercio local incrementó sus ventas. 

El éxito de este modelo llevo al policentrismo, en el que se promueven la creación de microcentros en los que se recupera la vida del barrio, en detrimento del centro único de la ciudad. Esto implica facilitar la vida cotidiana del ciudadano a una distancia que se pueda recorrer a pie o en bicicleta y que pueda atender así a sus necesidades diarias.

Con ello se reducen los tiempos de desplazamientos en vehículos particulares, que suponen un gran consumo de energía, producen contaminación acústica y atmosférica, además de ser depredadora de tiempo y generadora de sedentarismo.

Las previsiones, a falta de introducir las correcciones por la presente pandemia, indican que, en 30 años, entre el 80-90% de la población mundial vivirá en ciudades. Las propuestas urbanas, además de responder a los retos de abastecimientos y suministros, gestión de residuos, de tráfico y construcción, deben tener como prioridad facilitar a sus ciudadanos la mayor calidad y esperanza de vida posible. 

Nunca antes como ahora había estado la salud en la agenda pública y esto ha abierto la posibilidad de plantear un nuevo modelo urbano más allá de la eficiencia y la automatización de sus dinámicas: se tratará de algo más poderoso, un cambio de paradigma de calidad en las ciudades: que sean sostenibles, inteligentes y eficientes energéticamente y que gestionen óptimamente sus residuos no es suficiente. Ahora deben tener la prioridad de preservar la salud de sus habitantes y prevenir enfermedades. Esa es la propuesta de la Healthy Smart City, un lugar propicio para la innovación urbana.

Por eso aboga por unas áreas locales atractivas, accesibles, seguras, inclusivas y saludables, promueve la naturación de los espacios públicos, prioriza la calidad del aire y del agua, la ausencia de ruidos y se apoya en la colaboración ciudadana y en la tecnología. Propone un marco regulatorio que limite la radiación electromagnética admisible y que incentive que los edificios sean ventilados, soleados, accesibles, bien aislados, bien iluminados y construidos con materiales libres de tóxicos. Todo ello para que la población pueda desarrollar una vida saludable tanto física como emocionalmente.

Tenemos la responsabilidad colectiva de trazar una agenda común y unos acuerdos que nos permitan garantizar unos nuevos mínimos de salubridad de los edificios y ciudades, que además de detener el avance de la pandemia, nos preparen para el futuro.

Por eso, es fundamental que surjan iniciativas como el Observatorio de Arquitectura Saludable, recientemente creado para proveer información científica y académica a la comunidad; divulgar conocimiento sobre arquitectura y salud, y en recomendar acciones relevantes para las autoridades e Instituciones.

En su Manifiesto, el Observatorio hace una afirmación que condensa el propósito de un urbanismo life centric: “La vida es un privilegio y preservarla es un desafío”. Ahora más que nunca, merece la pena recordarlo.

Es admirable y un ejemplo a nivel mundial el esfuerzo realizado por la Consejería de Sanidad de la Comunidad de Madrid para, de la noche a la mañana, convertir un recinto ferial en un hospital. La complejidad de esto es algo que debemos comprender para esta coyuntura y para el futuro.

Por Rita Gasalla, CEO de Galöw: Arquitectura Saludable e Interiorismo

Un hospital es un tipo de inmueble con unas características arquitectónicas muy determinadas, con unos requisitos más estrictos todavía cuando se trata de espacios UCI. El Ministerio de Sanidad editó una guía en 2010 que se llamaba “Unidad de cuidados intensivos. Estándares y recomendaciones”.

En esta guía, además de incorporar los ratios de personal sanitario por paciente, especifica las características técnicas que han de cumplir las salas. Es el gran reto al que se enfrenta la Consejería. “El diseño de la UCI en sala abierta mantiene elevadas tasas de infección nosocomial, sobre todo bacteriana, cuya prevención requiere mejorar la prevención durante los procedimientos invasivos” señala el documento oficial.

Así, aunque al principio se construían salas abiertas, se llegó pronto a la conclusión de que cada paciente debía estar confinado en un recinto limitado propio, si bien es cierto que en este caso se van a tratar a todos los pacientes de la afección por el mismo virus.

Las instalaciones necesarias son complejas: han de tener algunos elementos que son esenciales como un suministro eléctrico continuo e ininterrumpido, con backups de SAI y grupo electrógeno, con un número suficiente de tomas en el cabecero de cada paciente; una iluminación específica, con 300 luxes ( luz tenue) y hasta 1.000 luxes sobre el enfermo para actuaciones de emergencia; agua tratada y lavabos de manos y dispensadores de soluciones hidroalcohólicas disponibles; aseos para los enfermos; un suministro de gases medicinales, como oxígeno y aire comprimido, que se debe realizar desde las correspondientes centrales; un tratamiento del aire, con un mínimo de 10 renovaciones/hora y un filtro HEPA para el aire exterior, y con una humedad relativa del aire entre el 45 y el 55%; un sistema de monitorización (electrocardiograma, presión invasiva, parámetros respiratorios y otras variables fisiológicas); y un sistema de intercomunicación paciente-enfermera y alarma específica para parada cardiorrespiratoria.

A eso también hay que sumarle algunos requisitos arquitectónicos que garantizan que el espacio pueda ser utilizado con la finalidad propuesta.

Hablamos de acabados del suelo, que deben atender criterios de limpieza con alta frecuencia y con resistencia al deslizamiento (clase 2); de acabados de paramentos que deben permitir limpieza agresiva así como resistir fuertes impactos y por último, es necesario asegurar la absorción acústica.

Por otra parte, otro reto no menor aún, es la necesaria cualificación del personal de UCI, dada la elevada tasa de contagio entre el personal actual, la elevada carga viral a la que están expuestos y la inadecuada protección ante la escasez de EPIs.

Por todo lo anterior hemos de ser conscientes que transformar un espacio como IFEMA en un hospital supone un esfuerzo de una complejidad enorme. Ante la situación que estamos viviendo, se hace evidente la urgencia de tener operativo el nuevo Hospital de Toledo, a escasos 50 km de la capital y cuya apertura se preveía entre mayo y junio de este año. De hecho, miles de ciudadanos han puesto en marcha una recogida de firmas y la Consejería de Castilla La Mancha lo ha puesto a disposición del Gobierno central para su uso en caso de contingencia final de extrema necesidad. Algo que sin duda, sería de mucha utilidad.

Nos encontramos en una situación sin precedentes y necesitamos aunar esfuerzos y voluntades para no desaprovechar oportunidades. Lo cierto es que la Consejería de Sanidad de la Comunidad de Madrid debe afrontar un reto mayúsculo para que el gran operativo que está desplegando sea lo más eficiente posible en salvar vidas y en proteger a los sanitarios.

Publicado previamente en LinkedIn el 26 de Marzo 2020 https://www.linkedin.com/pulse/por-qu%C3%A9-transformar-ifema-en-un-hospital-es-todo-reto-rita-gasalla-/