Rita Gasalla, presidenta del Observatorio de Arquitectura Saludable, firma este artículo junto al decano del Colegio Oficial de Arquitectos de Madrid (COAM), Sigfrido Herráez.
El artículo fue publicado en el diario La Razón, tanto en su edición impresa como digital, el 21 de agosto de 2022.
La Arquitectura surgió para dar respuesta a la necesidad de protección del ser humano, que abandonó las cuevas para construir sus refugios en madera, tierra y barro. Miles de años después, la Arquitectura tiene la responsabilidad de dar respuesta a los grandes retos que debe afrontar la sociedad actual.
Necesitamos espacios saludables y seguros, que garanticen la salud y el bienestar de las personas. En los años 80, la Organización Mundial de la Salud (OMS) advirtió que hasta un 30% de los edificios nuevos y remodelados en el mundo podían «generar un número excesivo de quejas relacionadas con la mala calidad del aire interior». La OMS acuñó el concepto del «síndrome del edificio enfermo» como un «conjunto de molestias y enfermedades ocasionadas en las edificaciones». Podríamos hablar de un edificio enfermo (o «enfermante») cuando provoca un conjunto de síntomas en al menos un 20% de sus moradores.
Algunas patologías de los edificios afectan a la salud de las personas, como las físicas, causadas por la humedad y la suciedad, las químicas y las derivadas de la presencia de organismos vivos. Los arquitectos, además de evitar estas patologías, podemos ayudar a la sociedad a ir un paso más allá, proyectando edificios que promueven la salud de sus usuarios; cuidando la configuración de los espacios; la calidad del aire, de iluminación y del agua; el nivel de ruido, la temperatura y la humedad; la ergonomía, los colores o la presencia de elementos naturales.
Si tenemos en cuenta todos esos factores, estamos promoviendo el bienestar físico y mental de las personas, potenciando sus capacidades cognitivas y hasta generando estados de ánimos positivos. No olvidemos que pasamos de promedio un 90% de nuestra vida en espacios cerrados y la responsabilidad respecto a cómo son esos espacios en los que desarrollamos nuestras experiencias, es principalmente del arquitecto.
Numerosos estudios de universidades e instituciones internacionales prestigiosas constatan desde hace años el impacto de los espacios en la salud de las personas. Sin embargo, y a pesar de la experiencia de la reciente pandemia, la Arquitectura saludable sigue sin ocupar el lugar prioritario que debiera tener en la agenda pública.
Y no tenemos más tiempo que perder.
Necesitamos espacios saludables, seguros y sostenibles, que garanticen el equilibrio entre el crecimiento económico, el bienestar social y el cuidado del medio ambiente.
Los espacios en los que vivimos y trabajamos determinan nuestra salud. La Arquitectura es, además, una expresión de lo que queremos como sociedad. Todos los edificios que construyamos van a estar ahí durante décadas y sus efectos alcanzarán a personas que aún no han nacido.
Los arquitectos estamos comprometidos con los ciudadanos del presente y con las generaciones futuras. También con nuestro planeta, cuyos recursos no son ilimitados. Una visión holística en la que queremos implicar a responsables políticos y agentes sociales.
Porque la salud física, mental y social de las personas y la supervivencia del planeta están en juego. Vivir 100 años con salud es posible si somos capaces de tomar las decisiones adecuadas en el cuidado individual y como comunidad construyendo nuestro mundo sobre los pilares de la Arquitectura saludable.
Hace unas semanas, supimos que el arquitecto japonés Shigeru Ban ha obtenido el Premio Princesa de Asturias de la Concordia 2022 por sus proyectos volcados en la sostenibilidad, la ayuda frente a emergencia y el impacto social. Ya en 2014 recibió el Pritzker, el mayor reconocimiento de la disciplina.
Recuperamos una frase suya que profundiza en la dimensión real de la Arquitectura: «No tenemos que trabajar sólo para los privilegiados, sino para la gente».
Tendríamos que añadir a esto que tenemos el deber de trabajar para las generaciones futuras y ser, como dijo Jonas Salk, inmunólogo y padre de la neuroarquitectura, «buenos antepasados».